Quizás fue esa misma tarde, quizás fue bastante después.
Federico se fue llorando de la pieza, castigado por bocas que odiaban la suya. Cómo sea, a su tímido grito le siguieron dos que, en verdad, fueron cientos. Nunca se supo qué hizo en la cocina, pero volvió.
Años más tarde, arriba de un colectivo a La Plata, comprendió que, sin saber desde cuándo, amaba a Estudiantes.-